jueves, 30 de junio de 2011

HIMNO A LA ALEGRIA

Comentario al Soliloquio de San Buenaventura

Antes que nada.. que exista constancia.. .... que no soy dogmatico.. pero.. me veo obligado a hacer un comentario...


En el Soliloquio o tratados de la cercania del alma a la verdad, Dice San Buenaventura que la fruición es la plenitud de las tres facultades humanas en la posesión de Dios. Dios, abismo terrible, hace sentir a la parte irascible el estremecimiento del infinito; Dios, dulzura infinitamente deseada, sacia la concupiscencia y la parte deseadora; Dios, belleza suma, aplaca la inteligencia y la razón: “hay en Dios una profundidad terrible, una hermosura admirable y una dulzura fascinante” (Itinerarium…). El placer estético de la belleza sensible no es más que la sombra del placer infinito de contemplar a Dios. Este placer implica admiración, estremecimiento y dulzura. En Dios la belleza también es explicada emdiante la suma unidad de hermosura, profundidad y suavidad. Plenitud del ser, plenitud manifestativa del ser y plenitud subjetiva del intelecto y la voluntad.
A pesar de ser un conservador en su doctrina, San Buenaventura no se cierra a las nuevas doctrinas cuando veía contribuía a complementar las que conservaba.
Esta actitud le permitió mantenerse dentro de la tradición agustiniana, asimilando la parte más científica de la filosofía de Aristóteles.
San Buenaventura comprende en la filosofía aristotélica, e incluso de Platón, el conocimiento sensible del alma y de Dios.

Por la fe tenemos un conocimiento inconmovible, seguro, más seguro que cualquier conocimiento de razón. Y el acto de fe no es primariamente un acto de razón, porque se dirige a un objeto que supera nuestra razón, sino un acto de amor. Pero, justamente, quien ama desea conocer aquello que ama. Por eso la especulación filosófica brota del amor que quiere gozar de un modo más pleno de aquel a quien ama. No nace de la búsqueda de una mayor seguridad, porque la fe es ya la mayor seguridad en esta vida; ni de un ejercicio de pura especulación; sino del corazón del hombre que ama a Dios y quiere por lo tanto conocerlo.

En conclusión: Para San Buenaventura las cosas son accesibles a la razón porque tienen una naturaleza propia; pero esa naturaleza es manifestación y signo de una realidad sobrenatural, Dios. La verdadera ciencia consiste en partir de la naturaleza y a través de de ella, ascender gradualmente hacia Dios. Este ascenso se lleva a cabo en 3 grados: 1) buscar los vestigios de Dios en el mundo sensible, mediante sentidos e imaginación; 2) contemplar la imagen de Dios que está en nosotros, mediante la razón; 3) elevarse a las naturalezas semejantes a Dios que están sobre nosotros, a través de la inteligencia. Este grado místico es el supremo por ello en el soliloquio presenta una serie de meditaciones en las que el alma habla consigo misma. En diversas materias, tales como los efectos del pecado, la vanidad de los bienes terrenos, la muerte, el juicio, el infierno, el cielo el alma se plantea cuestiones y halla las respuestas apropiadas en la Sagrada Escritura o en los textos de los Padres.
A pesar de ser un conservador en su doctrina, San Buenaventura no se cierra a las nuevas doctrinas cuando veía contribuía a complementar las que conservaba.
Esta actitud le permitió mantenerse dentro de la tradición agustiniana, asimilando la parte más científica de la filosofía de Aristóteles.
San Buenaventura comprende en la filosofía aristotélica, e incluso de Platón, el conocimiento sensible del alma y de Dios.

Por la fe tenemos un conocimiento inconmovible, seguro, más seguro que cualquier conocimiento de razón. Y el acto de fe no es primariamente un acto de razón, porque se dirige a un objeto que supera nuestra razón, sino un acto de amor. Pero, justamente, quien ama desea conocer aquello que ama. Por eso la especulación filosófica brota del amor que quiere gozar de un modo más pleno de aquel a quien ama. No nace de la búsqueda de una mayor seguridad, porque la fe es ya la mayor seguridad en esta vida; ni de un ejercicio de pura especulación; sino del corazón del hombre que ama a Dios y quiere por lo tanto conocerlo.

Comentario General a las Doctrinas de San Buenaventura


Comentario Personal:

En realidad hablar de la Filosofía medioeval es detenerse a tratar desde varios ángulos un mismo problema, la disputa entre razón y fe, ahora quizá otro de los problemas fundamentales en la época medioeval fue la cuestión de los universales, pero evidentemente que el problema central fue la razón frente a la fe, y por ello no es de extrañarse que la iglesia católica haya santificado a personajes que siendo destacados filósofos fueron también defensores de la fe, y ejemplos hay muchos, San Agustín, Santo Tomas, etc.
A partir de aquello es necesario entonces poner en claro que todos los santos filósofos de la edad media tienen un calificativo algo interesante, y san Buenaventura no es la excepción.
Ya en sus obras San Buenaventura tiene una clara tendencia a explicar los cuestiones espirituales y de cómo la Filosofía y la religión pueden complementarse la una a la otra, por ello la intención, decía él, no es contradecir las opiniones nuevas, sino reproducir las más comunes y las más autorizadas” , las opiniones nuevas provenían a la razón de la introducción de la filosofía aristotélica en el estudio de la teología por San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, mientras que las opiniones comunes eran las de San Agustín, apoyadas por la filosofía platónica. Sin excluir totalmente a Aristóteles, en el cual reconocía “a uno de los más eminentes estre los filósofos”, prefiere, tanto por afinidad de espíritu como por convicción, las ideas y el método del obispo de Hipona: “Entre los filósofos, Platón recibió el lenguaje de la sabiduría, Aristóteles el de la ciencia. El primero consideraba principalmente las razones superiores, el segundo las razones inferiores. Pero lo mismo el lenguaje de la razón que el de la ciencia se le dieron por el Espíritu Santo a San Agustín como a principal comentarista de toda la Escritura” Y así, en el problema de la creación, por ejemplo, sostiene las tesis agustinianas de las “razones seminales”, de la pluralidad de las formas substanciales, etc. Para él, Cristo es la fuente de todo saber, y su Iglesia es a la vez guardiana y dispensadora de ese tesoro. Así es que el pensamiento cristiano no tiene que pedirle prestado nada ni a los árabes, ni a los griegos, ni a ninguna escuela pagana. ¿No es Cristo mediador universal en el orden de la ciencia tanto como en el del ser, el de la gracia y el de la gloria? El Verbo de Dios es el supremo ejemplar: de El deriva toda existencia, toda actividad, toda luz. El tono perentorio de tales declaraciones, junto al de sus conferencias sobre las “Iluminaciones de la Iglesia”, en las que, dócil a las directivas de la Santa Sede, repudia el aristotelismo, doctrina y método, dejaría ver en San Buenaventura un enemigo irreductible de toda filosofía profana. El conjunto de sus obras revela que él no temía y proscribía sino sus peligros, sus injerencias abusivas y que para poner en guardia a sus discípulos cuidaba de señalar sus lenguas. A la “ceguera” del Filósofo oponía la ciencia universal del Verbo Divino. Por ejemplo, ¿los jóvenes estudiantes se desconcertaban al oír que Aristóteles enseñaba la eternidad del mundo? Pero ¿qué podía valer esta teoría y cómo podía conciliarse con el relato tan claro de la creación en la Biblia? Aunque la ciencia y la filosofía no son despreciables, como tampoco ningún elemento de la naturaleza humana, son sin embargo gravemente indigentes, como esta naturaleza misma en su conjunto; tienen una urgente necesidad de que las complete la Revelación. “Aislada e independiente, la filosofía lleva fatalmente al error; así es que no se concibe sino subordinada a la teología” “La ciencia precede de la Fe y la prepara dándole a la inteligencia natural nociones tales como la existencia de Dios.